Barbieworld: una noche en el baño de chicas

 Práctica realizada para la asignatura Géneros y edición de diarios y revistas de la Universidad de Navarra el 14 de septiembre 2023. 

Los jueves, luces fosforitas deslumbran las caras en la oscuridad de las discotecas. En Indara, un club de Pamplona, una esquina brilla con claridad. Dos puertas metálicas severamente custodiadas por un segurata con polo amarillo ven desfilar a hombres por un lado y mujeres por otro. Pero una de esas dos puertas parece estar siempre desbordada por el flujo de seres vestidos con tops de lentejuelas y pantalones de campana. ¿Por qué siempre hay más cola en el baño de las chicas? ¿Qué hacen las tías en el baño?



Barritas de incienso esparcen su fragancia. Quizá sean un intento de crear una atmósfera zen, quizá una forma de camuflar los malos olores que pueden producir cientos de usuarias en una misma noche. La mayoría de las chicas que entran ahuyentan el humo abanicándose con la mano.

Incienso, azulejos de inspiración oriental, iluminación amarillenta. El baño podría ser un remanso de paz si no fuera por la música. Las cabinas son totalmente permeables al ritmo del reggaetón. Algunas hasta cantan las canciones desde el retrete.

Hacen cola frente a los lavabos. Una cabina se libera. La señora con guantes de goma negros les deja pasar. «Bueno, nenas, ¿quién va primero?, dice una de tres chicas. Pero cuando se deciden, les gritan «¡Eh, eh, eh! ¡Estaba yo antes!». Vuelta a la cola.

Entran dos, tres o cuatro en la cabina. Cuando considera que tardan demasiado, la señora llama a la puerta. «Venga, chicas, fuera», y salen para unirse al rebaño de cabezas que intentan encontrar un hueco frente al espejo.

Se acaban de conocer. Mientras esperan a sus amigas que sí necesitaban hacer pis, se retocan el maquillaje.

— ¡Ay! Me encanta ese rímel, ¿de dónde es?
— Tía, es el del Mercadona. ¿Me dejas pintalabios?

Intercambian los botecitos y siguen escrutándose. Otras se sacan una «¡¡¡foto de recuerdo!!!», cambian de pose cada segundo, «a ver si alguna sale bien». Se ajustan la ropa, vapean, llaman por teléfono. ¿Qué más hacen? «Mear. Mear, y mirar el maquillaje». «Comentar sobre la jugada para ver qué hacer con el muchacho que le gusta. O muchacha, depende». «Sujetar bolsos, pasar papel...».

A algunas, les da exactamente igual. Vienen a mear y ya está. Hasta preferirían que no se armase todo ese jaleo, porque luego hay cola y tienen que esperar más. Una chica con un vestido azul y el pelo corto por las orejas dice que siempre va sola. Se hace amigas en la cola, esperando.

Todas se saben la letra. Cantan Callaíta de Bad Bunny. Una de las chicas golpea las puertas de los cubículos como si fueran percusiones. «¡Vamos, baño! ¡Animaos, guapas!». La fiesta llega entera a los aseos. Cuando se acaba la canción, se ríen y salen, de vuelta a un mundo distinto. «¡Adiós, compañeras!», declama la percusionista antes de irse.

Pronto vuelven a golpear la cabina. No un tamborileo como antes, sino unos choques ensordecedores que casi arrancan la puerta de sus goznes. Un intruso: el guardia de amarillo. Él y la señora de los guantes se inquietan frente a una de las puertas. Más golpes. Las usuarias del baño parecen no oír, a lo mejor por ebriedad o por euforia.

La puerta se abre finalmente. La señora agita los brazos con insistencia, pero la música cubre sus palabras. El segurata se marcha de un paso seguro. En el suelo, dos brazos, la punta de una Converse azul y un mechero rosa fluorescente.

Al fin las demás se dan cuenta. Se detienen y se giran hacia el cubículo medio abierto. «¿Qué le pasa?», «¿Dónde están sus amigas?». No hay respuestas. Varias intentan entrar para levantarla, sin éxito. Hasta que el guardia vuelve con una chica detrás. «Irantzu, ¿dónde estabas?». Se lanza entre las demás y saca de entre la muchedumbre a su amiga. Se tambalea hacia el espejo y ajusta su blusa dorada. Se le ha corrido el maquillaje y su coleta amenaza con derrumbarse sobre sus hombros. Irantzu pone los ojos como platos, se inclina hacia delante y vomita otra vez en el lavabo. «Bueno es mejor ir con amigas para evitar que pasen estas cosas», admite la del vestido azul mientras se pasa un peine por el pelo.

Los baños se vacían. Solo se queda la señora con guantes de goma, que ahora tiene que limpiar el desastre de Irantzu. Pasa una escoba por la cabina y recoge un poco de líquido, restos de papel y el mechero rosa. Limpia los lavabos con un paño. De vez en cuando, se va y vuelve o con rollos gigantes de papel o con más baritas de incienso.

Es un lugar que parece respirar. En un momento resplandece de limpieza y al siguiente lo invade un tornado que tira papel por todas partes y olvida pendientes y vapeadoras por los suelos. Grupos de amigas montan fiestas ahí dentro, cuando podrían ir una por una. Pero yendo juntas, «nos sentimos más seguras y es más divertido».

Muchas vienen a pasárselo bien. «El baño es mi parte favorita de salir». Cantan, bailan y animan a las demás a que hagan lo mismo. «Si no, qué aburrimiento, ¿no? Mejor que esté el ambiente a tope». También lo hacen en grupo para sentirse protegidas:

  • —  Hay mucho baboso en las discotecas y es mejor ir con alguna amiga que sola. No sabes lo que te puede pasar en el trayecto hasta aquí.

  • —  A mí, me flipa venir al baño así. Es como que te sientes apoyada por tu amiga.

  • —  Sí, es que las tías nos apoyamos. Los tíos sudan de todo.

  • —  Yo he consolado muchas veces en este baño.

Tres paneles de plástico y un retrete sin tapa al lado de la característica papelera chiquitita que está en todos los aseos de mujeres se convierten en una parte más de la discoteca. Eso sí, no cualquiera pueda acceder a ella: ser mujer es un requisito imprescindible, pero no exento de riesgos. El baño, más que simplemente un servicio, es un lugar donde las chicas pueden disfrutar de la fiesta fuera de peligro, donde reina la sororidad. Donde lloran, se escuchan, se consuelan y ríen. El baño es el único lugar de la discoteca donde las mujeres pueden estar juntas. Realmente juntas.

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